1962. 21 años antes de la primera planta transgénica, la bióloga Rachel Carson publica su libro “La primavera silenciosa”, donde advierte de los peligros de la agricultura intensiva y el uso de productos fitosanitarios: “No se oía ni el más leve sonido de cantos de pájaros. Yo estaba sobrecogida, aterrada. ¿Qué es lo que está haciendo el hombre de nuestro perfecto y bello mundo?”. Y es que este tipo de agricultura, basada en el aprovechamiento máximo del terreno, destroza la biodioversidad. Desde la azada y el tractor hasta los monocultivos y el uso de productos fitosanitarios, sean ecológicos o no. ¿Hola?, ¿hay aquí transgénicos?.

No, señoras y señores, no necesitamos a los transgénicos para que la agricultura actual elimine la biodiversidad. Es más, les voy a dar un ejemplo personal que demuestra que, bien diseñados, los cultivos transgénicos pueden contribuir a recuperarla.

En mi tesis doctoral utilicé genes del hongo micopárásito (o sea, parásito de otros hongos) Trichoderma harzianum  para producir plantas transgénicas que expresaran las proteínas correspondientes. Pues bien, estas plantas transgénicas resultaron ser considerablemente más resistentes por si mismas a varios hongos patógenos. Sin fungicidas. Sin matar a los hongos que no las parasitan. Además, con total seguridad: T. harzianum se utiliza desde hace muchos años en el campo como agente de control biológico.

¿No les parece mucho mejor esta estrategia?. Primaveras ruidosas…

Irene García- Instituto de Bioquímica Vegetal y Fotosíntesis (IBVF)